Érase una vez... un niño –José Luis Martín Descalzo era su nombre– que leía sin parar todos los clásicos de la literatura infantil y juvenil. Se fue haciendo mayor, aunque solo por fuera, por dentro seguía siendo niño. Ya sacerdote, empezó a escribir sin parar: poesías, novelas, teatro, ensayo religioso, miles de artículos para periódicos y revistas, guiones para programas de televisión... Pero el niño que habitaba en él le impulsaba, de vez en cuando, a escribir cuentos. Para niños y para mayores que seguían sintiéndose niños. Cuentos que, pese a lo de ser cura, nadie imagine moralistas o piadosos, pero sí cargados de “mensaje”: Críticos contra la hipocresía, la mentira, la violencia juvenil, la politización de los viajes papales, etc. Y una defensa de la confianza en la bondad del ser humano, la infancia perdida, el respeto al diferente, la buena educación, lo importancia del esfuerzo, el valor de la vejez, el amor a los animales, una Iglesia más cercana... Y siempre con la intención de divertir. Y con un lenguaje sencillo, imaginativo, directo, ameno y ágil. Desarrollando unas historias sorprendentes con un desenlace ingenioso y, a veces, cargado de ironía.