Luis y Celia Martin, padres de santa Teresa de Lisieux, se muestran unos santos cercanos al común de los mortales. No son consagrados, ni célibes, sus vidas están tejidas por el trabajo –él de relojero, ella de encajera–, vida de familia numerosa, pertenecientes a asociaciones parroquiales, vecinos de sus vecinos. Vivieron con todas sus consecuencias y circunstancias la espiritualidad propia de su tiempo en una Francia del XIX aún convulsa por las secuelas de la revolución, el anticlericalismo y cierto jansenismo espiritual. Luis y Celina han sido santos en la humilde realidad de sus vidas, con una sencilla fe sustentada en la oración en familia, en la educación de sus hijas, la misa diaria, las lecturas piadosas, el amor a Dios y al prójimo, la fidelidad a la Iglesia…