Esta antigua oración es aconsejada varias veces por San Ignacio en los ''Ejercicios Espirituales''. En ella se reflejan las necesidades y los deseos más profundos del corazón humano. Anhelos que se resumen en la libertad y la defensa ante el mal, en la santidad y en la salvación. Por otra parte, en esta oración confiesa el creyente tanto la divinidad como la humanidad de Jesucristo. Y, finalmente, las peticiones que en ella se contienen son otras tantas promesas del mundo futuro, al que nos orienta la esperanza cristiana.