Mauriac conocía las obras de Lagrange, de Grandmaison, de los grandes exégetas. Pero sentía, dice él, "la necesidad de volver a encontrarme, a tocar de alguna forma, al Hombre viviente y sufriente cuyo sitio está vacío en medio del pueblo, al Verbo Encarnado" Y por eso, escribió este libro. He aquí - dice él mismo- "que un escritor católico, aunque sea de los más ignorantes, un novelista, tiene tal vez el derecho de aportar su testimonio. Sin duda una vida de Jesús habrá que escribirla de rodillas, con un sentimiento de indignidad capaz de hacernos caer la pluma de las manos. Un pecador debería avergonzarse de haber acabado esta obra". Pero llega a acabarla. Y comprueba con asombro que su libro ha perturbado felizmente a conciencias dormidas. Responde a la pregunta capital: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Este libro -contesta Mauriac- "no es sino una respuesta entre otras mil, el testimonio de un cristiano que sabe que lo que él cree es lo verdadero".