Si nos reconocemos débiles, pobres y necesitados, el Espíritu nos dará la sabiduría, fortaleza y gracia necesarias para hacer frente, dentro del mundo sin ser del mundo, a las adversidades y contrariedades de esta vida que pasa. El modela nuestro corazón, del que hace brotar el «recuerdo» de las bendiciones de Dios, la «misericordia», la «cordialidad», la «concordia», opuesta a la «discordia», y el «coraje» apostólico. Por eso dirá su testigo Vicente de Paúl: “Dios pide principalmente el corazón, el corazón” (SVP XI, 156). “Si alguno tiene sed, y quiere, que venga a beber el agua de la vida” (Ap 22, 17): el Espíritu Santo Paráclito, Padre de los pobres.