Las alabanzas y honores tributados a Jesús redundan en honor de María, su Madre, que nos enseña a seguir y a escuchar a su Hijo con corazón limpio e iluminado por el Espíritu de amor. La excelsa dignidad de María proviene de su maternidad divina. Quien busca al Hijo termina encontrándose con su Madre, la primera cristiana que nos ayuda a avanzar con equilibrio humano, espiritual y apostólico por el camino, la verdad y la vida de Jesús. Ella nos enseña a aceptar el designio de Dios sobre cada uno de nosotros y a esperar de Él los frutos de vida eterna. Por lo demás, es seguro que “la Madre de Dios, al ser invocada y tomada por patrona en las cosas importantes, no puede sino ir todo bien y redundar en gloria de Jesús su Hijo” (SVP X, 567).