Juan Pablo II afirmó: “si las personas encontradas están en una situación de pobreza, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad. El pueblo pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más urgentes, sea en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz. Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, y un Obispo, modelado según la imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en ofrecer el divino bálsamo de la fe, sin descuidar el «pan material»”. Vicente de Paúl decía que “evangelizar a los pobres no consiste únicamente en enseñar los misterios de la fe necesarios para la salvación, sino en hacer las cosa predichas y prefiguradas por los profetas, haciendo eficaz el Evangelio. Es preciso dedicarse al cuidado de los pobres.