La conversión, uno de los grandes temas de la Biblia y de todo hombre con aspiraciones morales y espirituales, presenta un campo amplio y complejo. de ahí que tengamos que señalar límites a nuestro estudio. Efectivamente lo circunscribimos a la conversión cristiana, moral-espiritual. Emparentada con el tema de la penitencia, con el que forma parte, nos ceñimos a lo propio y específico de la conversión. Dios, nuestro Padre, nos habla y llama constantemente a su amor por medio de su Hijo amado y por su Espíritu, cuya voz se hace oír dentro de nosotros. Quien dice amor, dice conversión y santidad; quien no ama, no estará nunca en condiciones de dar el salto del pecado a la gracia, de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la tibieza al fervor, de la mediocridad espiritual a la excelencia de la virtud. La iniciativa de nuestra conversión parte siempre de Dios, Padre de Jesucristo y Padre nuestro. Es Jesús quien suscita en el hombre los deseos de volver al Padre cuando se aleja de su amor compasivo y misericordioso.