La belleza de la consagración es: la alegría, la alegría… No hay santidad en la tristeza. La alegría no es un adorno superfluo, es exigencia y fundamento de la vida humana. En el afán de cada día, todo hombre y mujer tiende a alcanzar y vivir la alegría con todo su ser. En el mundo, con frecuencia hay un déficit de alegría. No estamos llamados a realizar hazañas heroicas ni a proclamar discursos altisonantes, sino a dar testimonio de la alegría que nace de la certeza de sentirnos amados, de la confianza de ser salvados. Al llamarnos, Dios nos dice: Tú eres importante para mí, te amo, cuento contigo. ¡ Jesús nos dice esto a cada uno de nosotros! ¡De ahí nace la alegría! La alegría del momento en el que Jesús me miró. Comprender y sentir esto es el secreto de nuestra alegría. Sentirse amado por Dios, sentir que para Él no somos números, sino personas; sentir que es Él quien nos llama. ¡Quien pone a Cristo en el centro de su vida se descentra! Cuanto más te unes a Jesús y Él se convierte en el centro de tu vida, tanto más Él te hace salir de ti mismo, te descentra y te abre a los demás. Nosotros no estamos en el centro, estamos, por así decirlo, desplazados, estamos al servicio de Cristo, de la Iglesia. Quien ha encontrado al Señor y le sigue con fidelidad es un mensajero de la alegría. Francisco