Esta obra, excepcional en literatura hagiográfica, nos brinda los hechos sin comentarios superfluos, con un poder de evocación y una llama sobrenatural que nos muestra la acción continua de Dios. "Desde el seminario quedé impresionado por la figura del Cura de Ars, sobre todo, por la lectura de su biografía, escrita por Monseñor Trochu". Juan Pablo II La aldea de Ars está a 35 km de Lión. El Rdo. Vianney llegaba procedente de Ecully, en cuya parroquia había sido coadjutor. Al acercarse a la aldea, era tanta la niebla, que el santo cura se extravió. Encontró a unos niños que cuidaban sus ovejas. Uno de ellos, llamado Antonio Grive, indicó al cura el camino. "Amiguito, díjole el sacerdote, tú me has mostrado el camino de Ars; yo te mostraré el camino del cielo". Un día, después del catecismo, mientras tomaba su ligera refección de pie delante de un pequeño armario que le servía de mesa, creyendo sin duda estar solo -no había advertido que Juana-María Chanay estaba en la cocina-, comenzó a decir entre suspiros: "¡No he visto a Dios desde el domingo!". Se sobresaltó cuando Juana-María, que lo había oído todo, le preguntó: "¿Antes del domingo lo veía usted?". El bueno del santo, todo confuso, al verse cogido en sus propias palabras, no le respondió. Al llegar la noche, se tendía en su jergón. Comenzaba ya a conciliar el sueño, cuando de súbito se sobresaltaba y era sacado de su reposo por unos gritos, lúgubres voces y golpes formidables. De repente, sin que se moviese un pestillo, el Cura de Ars se daba cuenta, con horror, de que el demonio estaba junto a él. "Yo no le decía que entrase -contaba medio en broma medio en serio-, pero él entraba como si se lo hubiese dicho". Para escribir esta obra, el autor ha utilizado una documentación exigentemente histórica: las piezas del Proceso de Canonización y abundantes documentos inéditos. El estilo límpido y sobrio nos brinda los hechos sin comentarios superfluos, con un poder de evocación y una llama sobrenatural que nos muestra la acción continua de Dios.