Estigmas en las manos, profecías, visiones, curaciones... Dones excepcionales que Dios otorgó a un fraile capuchino que quiso pasar oculto y se vio envuelto en una tremenda persecución. Personaje de excepción, el Padre Pío conmocionó y fascinó a cientos de miles de personas. Era fraile capuchino de un convento en una comarca del sur de Italia olvidada de todo el mundo. Su deseo fue siempre pasar oculto en el silencio de la oración, pero Dios irrumpió en su vida otorgándole una serie de dones extraordinarios: visiones, bilocación, curaciones, profecías... y, lo más llamativo: en su cuerpo se reprodujeron las heridas, los estigmas, que Jesús sufrió en su cuerpo cuando lo crucificaron. Ante un caso tan especial, la Iglesia adoptó una postura de sensata prudencia. Pero esta actitud se vio perturbada por complejas circunstancias y por las informaciones tendenciosas y hasta maliciosas de determinadas personas. Esto dio lugar a que el Padre Pío sufriera tremendas persecuciones por parte de las autoridades eclesiásticas, las de su propia Orden e, incluso, las civiles. El Padre Pío llevó todo ello con humildad y una total obediencia: le prohibieron celebrar Misa en público, confesar, recibir visitas; quedó, de hecho, recluido en su celda como un prisionero. Desde Benedicto XV a Juan Pablo II, todos los papas se preocuparon por lo que se llegó a llamar "el caso" del Padre Pío. Finalmente, "el caso" se clarificó unos años antes de su muerte en 1968. El clamor popular de santidad se vio confirmado oficialmente en 1999, cuando el Santo Padre Juan Pablo II lo proclamó beato y, tres años más tarde, lo declaró santo.