Guadalupe Ortiz de Landázuri siempre fue una pionera. La única chica de la clase en su colegio de Tetuán, una de las cinco mujeres que en 1933 se matricularon en Químicas en la Universidad Central de Madrid, y una de las primeras que se sumaron a San Josemaría Escrivá en su empeño por difundir la llamada universal a la santidad de todos los cristianos. Más tarde atravesó el océano para llevar ese mensaje hasta México. Ya en España, defendió su tesis doctoral y ejerció la docencia y la investigación. Un decreto del Papa Francisco la convierte, además, en la primera laica del Opus Dei en subir a los altares. En tiempos de conciliación entre la vida profesional y familiar, de urgencias y exigencias múltiples, de grandes oportunidades para la mujer, su vida se presenta como una inspiración para encontrar el propio camino de santidad.