De esta premisa han de partir los padres que quieren que su hijo crezca como un árbol fuerte y no como un bonsái. Padres que buscan prepararlo para afrontar la vida real con éxito, no para encerrarlo en una campana de cristal; que le brindan las herramientas que necesita para ser una persona autónoma, con sus riesgos y decisiones, tolerante a la frustración y, en el futuro, un adulto consistente. Un niño debe poder caerse para experimentar lo que supone levantarse. Confía en él y ¡déjale crecer!