Su voz sonaba en la radio del coche a todas horas, y no era un Grammy. Su gesto copaba la imagen fija de la televisión, y no era un político de relumbrón. Durante los meses del juicio del procés, el muy popular Manuel Marchena fue algo así como la cara y el eco viral... del Estado; y lo fue desde el skyline de Madrid hasta el último pueblo de la España vaciada.
Con la sentencia más discutida de la historia de la democracia llegaría el ocaso de aquel dios de la Justicia. Unos y otros se encargaron de derribar el mito. Él mismo se había ocupado, una vez más, de romper el molde en el que le habían encerrado. Porque al final, Marchena ?ni el héroe ni el villano de la España constitucional? resultó ser... solo un juez.
Y este es el hombre. Este es el jurista. Este es el alto magistrado que nació en una tierra de frontera, que creció entre amigos y enemigos, que mudó de etiquetas, siempre un peldaño más arriba del Derecho, más arriba... del poder. Un personaje de carne y hueso, alegre, irónico y sentimental, brillante como pocos y fiel a sí mismo, cuyo nombre sigue vivo a su pesar en las quinielas.