Casilda de Toledo, hija de Al-Mamún, rey de la Taifa de Toledo a mediados del siglo XI, sentía compasión por los cristianos cautivos en las mazmorras del alcázar de su padre. Cuando podía, les llevaba alimentos y consuelo. Corprendida por su padre que le preguntó qué llevaba en el regazo, lo que era pan para socorro de los cautivos se convirtió en rosas olorosas y frescas. Enferma de ujos de sangre, acudió a curarse a las aguas salutíferas de San Vicente, cerca de Briviesca (Burgos). Curó, se convirtió al cristianismo y allí vivió como eremita hasta su muerte. El Santuario de Santa Casilda, donde se halla enterrada, es lugar de peregrinación permanente.