Con la prex eucharistica nos situamos en el corazón de la oración de la Iglesia y en su momento cumbre, pues dentro de ella se renueva el sacrificio redentor sacramentalmente. No hay un momento más grande, donde el cielo esté más cerca de la tierra y la tierra del cielo. Sacrosanctum Concilium 2, con una gran fidelidad al pensar sacramental, describe la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia: «A la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cf. Heb 13,14)».