Nuestra aportación en esta hora de la Iglesia, en cuanto al propio campo de estudio y de pastoral, es manifestar competentemente la belleza real del Misal que ponemos ahora sobre nuestros altares. Una belleza que, además del pulchrum remite también al bonum y al verum. Con él podemos hacer -y de hecho hacemos- experiencia espiritual del encuentro sacramental con «el más bello de todos los hombres» (Sl 4-,3), Cristo resucitado, glorioso, sentado a la derecha del Padre, siempre intercediendo como sacerdote eterno por todos nosotros mientras nos asocia, por la fuerza suave del Espíritu, a la vida del amor trinitario.