Teresa de Lisieux, joven hermosa y radiante, osada, intrépida, incon-formista. Amante de la nieve y de la naturaleza, del amor y de la vida. Hija bienamada de Dios, desposada con el Amante de su alma, su Jesús siempre callado, esbelta y muy mona, no lo ocultaba sino que le gustaba estar guapa para su Amado y para su Dios, en lo que no veía peligro alguno, dado que todo es puro para los corazones puros. Solo quería la verdad y solo quería amar. Su fe se oscureció al final de su existencia, pero su Amor quedó intacto hasta su temprano final. Ella nos invita a vivir del Evangelio, a enfrascarnos en él y a sacar de él luces de vida y para la vida. Mujer de grandes cimas, escaló con su Padre, Fray Juan de la Cruz de la mano, la cima del Monte Carmelo, donde solo reinan la honra y gloria de Dios, donde TODO ES GRACIA y para el justo —el que ama—no hay ley. A Dios gracias.