Michel Henry, al que se suele considerar como fundador de la fenomenología de la vida y uno de los responsables del llamado “giro teológico de la fenomenología francesa”, nació en 1922 en Haiphong (Vietnam), donde estaba destinado su padre, oficial de la Armada francesa. Tras su muerte, cuando Michel tenía siete años, volvió con su madre a la metrópoli. En su juventud, mientras estudiaba en París, descubrió la filosofía como pasión y forma de vida. En 1943 se unió a la Resistencia antialemana, siendo conocido en sus filas por el nombre clave de Kant. Finalizada la guerra, completó su tesis doctoral de la que surgió su primera publicación, titulada Filosofía y fenomenología del cuerpo (1950). Desde 1960 fue catedrático en la Universidad Paul-Valéry de Montpellier. Allí publicó sus obras filosóficas más importantes: La esencia de la manifestación (1963), La genealogía del psicoanálisis (1985), La barbarie (1987), Yo soy la Verdad: Hacia una filosofía del cristianismo (1996), Encarnación: Una filosofía de la carne (2000) y su libro póstumo Palabras de Cristo (2004), todas ellas traducidas al español. Fue profesor invitado en la École Normale Supérieure y en la Sorbona parisinas, en la Universidad Católica de Lovaina y en las Universidades de Washington, Seattle y Tokio. También publicó algunos extensos estudios sobre Marx, así como cinco novelas. Murió el 3 de julio de 2002 en Albi. El hijo del rey, publicada originalmente en 1981, es la tercera de sus novelas. En ella, el autor retoma una idea esbozada treinta años antes, con el título original de El manicomio, e inspirada, según su propia confesión, por Grandes esperanzas de Dickens. José, protagonista y narrador, ingresado en un hospital psiquiátrico, pretende ser “el hijo del rey”. Su afirmación se apoya en una lógica tan rigurosa y en una experiencia interior tan luminosa que todos los que lo rodean, enfermos, trabajadores e incluso médicos, se ven afectados en lo más profundo de su ser, quedando completamente difuminada la frontera que separa a los sanos de los dementes y a los médicos de los enfermos. En esta novela, la primera de Henry traducida al español, el hombre, expulsado de la realidad por el cientifismo moderno, es rescatado sacando a la luz su esencia que, según el autor, consiste en ser Hijo de una Vida invisible e invencible. La duplicidad interpretativa, buscada adrede por Henry como recurso literario, mantiene al lector en una permanente espera, pero no deja lugar a ninguna ambigüedad respecto de la condición del hombre, en cuyo corazón “la verdad es un grito”.