El tema de la luz es fascinante en toda la Sagrada Escritura, desde aquel inicio en el Génesis (1,4): «“Exista la luz”, y la luz existió», pasando por los salmos («En tu luz nos haces ver la luz» (36,19: ver páginas 222-227 de este mismo libro), por el Sermón de la Montaña: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14), para llegar a «Jesucristo, auténtica Luz del mundo» (ver Jn 1,4-5 —en su primera carta 1,5 este Apóstol dice textualmente que «Dios es Luz»—: ver otra vez las páginas 133-139 de este libro). Los Padres de la Iglesia se han explayado abundantemente sobre estos argumentos, llamándome mucho la atención San Gregorio de Nisa (uno de los tres grandes Gregorios: San Gregorio Nacianceno y San Gregorio Magno, Papa), cuando se detiene sobre la belleza del hombre en su creación como reflejo sustancial de la Luz de Dios, la Luz que es Dios, a cuya imagen y semejanza fuimos creados.