Las Sagradas Escrituras, como el universo entero o los múltiples hipotéticos universos, no solamente físicos, sino también espirituales, poseen un mismo, llamémosle ADN constitutivo de toda la creación, que los hace participar de la naturaleza de su creador, que los ha destinado a su plenitud. Están escritas, podemos decir, en clave; hay una llave para abrirlas que nos permite penetrar en su significado, comprenderlas y acceder a su conocimiento profundo, no sólo racional, sino vital.