El sí y el no, implica vivir en la verdad, pues hay una verdad, la que corresponde a la naturaleza de las cosas. Si hay Dios –y hay Dios–, las cosas tienen su ser y se deben ajustar a lo que son. En esto consiste la libertad: en poder ser lo que uno es. Pero si negamos a Dios, nada es verdadero o falso, desaparece la claridad de las cosas y todo se torna opaco y ambiguo. Es la postura del Maligno. En él no hay claridad sino ambigüedad, no hay verdad, sino mentira. Es su lenguaje: “sí, pero”, “habrá que ver”, “según qué circunstancias”. Dios es claro: “No matarás”. El demonio es confuso: “No, pero en caso de peligro para la vida de la madre, en caso de violación o malformación del feto, de un dolor insoportable, de una enfermedad incompatible con la ‘calidad de vida’…, se puede matar”. Dios es diáfano: “Varón y hembra lo creó”. El Maligno embrolla y desordena: “hoy se puede ser hombre y mañana mujer, pues uno no sabe a ciencia cierta lo que es, o no se siente ninguna de las dos cosas”. Aparece la indefinición, lo vaporoso, la tergiversación. De Dios viene la claridad y la exactitud, del Enemigo, la oscuridad y la confusión. En este último estado se encuentra envuelta la sociedad occidental, y en esta indeterminación quiere envolver al mundo entero. Ahora ya sabemos dónde tiene su origen la ideología de género y lo que se esconde detrás de ella. Nada bueno se puede esperar para la humanidad, sólo caos y destrucción: los objetivos del Enemigo que odia al ser humano.