Charles Péguy pasa sucesivamente del catecismo de la infancia y de la Conferencia de San Vicente de Paúl de su primera juventud al socialismo. Ese mismo camino recto lo lleva, por efecto de la gracia, desde el socialismo al umbral de la Iglesia. Y ni un solo paso de ese camino ha sobrado: No renunciaremos nunca ni a un solo átomo de nuestro pasado. Desde ese umbral nos ha recordado que lo eterno y lo temporal se han hecho una sola cosa y ha incitado a la Iglesia a hacer los gastos de una revolución económica, de una revolución social, de una revolución industrial, de una revolución temporal para la salvación eterna. Péguy soñó siempre con un hombre nuevo, con una ciudad nueva. La entrevió en el horizonte, la vivió dolorosamente en su carne, primero como fruto de la voluntad, más tarde como fruto de la gracia y de la libertad. Nicolás Berdiayev escribió que cuando el socialismo pertenecía aún al dominio de la utopía y de la poesía, cuando aún no había llegado a ser prosa de la vida y del poder, quería ser la organización de lo que es humano. Con la publicación de Marcel, primer diálogo de la ciudad armoniosa, en 1898, un manifiesto de ese socialismo poético organizador de lo humano, empezó para Péguy un largo camino de sólo dieciséis años, hasta que cayera abatido por una bala alemana en los primeros tiroteos de la batalla del Marne, el día 5 de septiembre de 1914. Su extenso artículo titulado Nuestra juventud, ha sido publicado originalmente en el decimosegundo cuaderno de la undécima serie el 12 de julio de 1910. Es una muestra más, tanto del apasionado lenguaje propio de Péguy, como también de la profundidad profética de su pensamiento. Es un sincero recorrido por la juventud donde los puntos de referencia, doce años después de la publicación de Marcel, son los mismos: el socialismo, la republica, la política y la metafísica.