Una cosa es tener conocimiento intelectual de lo que somos y otra cosa es la gracia de ser conscientes, de vivir sabiéndolo. No basta conocerlo intelectualmente, sino que se hace preciso encarnar en la vida eso que somos. Soy una hija de Dios, pero... ¿realmente lo soy? ¿Soy consciente de mi dignidad de hija de Dios? ¿Vivo en consecuencia con esto? ¿Lo recuerdo? ¿Lo llevo entrañado en mi o se me olvida? Y lo mismo, paralelamente: ¡Soy un templo de Dios! Esto yo lo se. Pero... ¿realmente esto afecta mi vida? ¿Cambia mi vida? ¿Soy consciente de que soy un templo de Dios con todo lo que eso significa? ¿Soy un santuario de la gloria de Dios? ¿Un sagrario vivo que lleva a Dios Hombre dentro, el Cuerpo de Cristo dentro? ¿Soy consciente de eso? Porque si soy consciente de eso y lo tengo presente... ¡no puedo vivir de cualquier manera! Si soy consciente de que soy portadora de Dios, de que llevo y custodio a Dios dentro de mí, no puedo vivir de cualquier manera.