No podemos amar a Dios despreciando al hermano. Son los dos amores de nuestra vida. Aunque cada persona tiene que recorrer su camino, vivir su vida, todos, de alguna manera, nos parecemos y es fácil conectar con los otros, ya que estamos amasados con el mismo barro y somos compañeros de viaje en busca de la vida, de la luz, de la verdad y del amor. Sabemos, no obstante, que hay muchas trampas en el amor y, con frecuencia nos engañamos, pues creemos que amamos de verdad, cuando lo que hay en verdad sólo son deseos pasajeros, nubes mañaneras que pasan sin dejar huella de bondad. Amar exige entregar la vida. Quien espere solucionar los problemas con recetas mágicas venidas de fuera, se engaña a sí mismo. El amor, la paz, la libertad viven "escondidos" dentro de nosotros. Sólo cuando logramos descubrir esa fuerza misteriosa y oculta que yace en nosotros, es cuando podemos ayudar a los otros. El amor se construye o se destruye poco a poco, minuto a minuto, de día y de noche, cuando el sol calienta y cuando el viento arrecia. Pero la tarea es obra del presente, no del pasado, pues si removemos el amargo pasado deja en nosotros un dejo de tristeza, un vacío que nos hunde en la depresión y en la desesperanza.