Que te roben tu reputación, que te roben tu dinero… ¡Ojalá te lo roben, si es que lo tienes! Tu buena imagen, tu reputación, tu buen nombre… y todo eso… ¿qué más nos da? Lo único triste es que de verdad nos roben la alegría y la libertad de vivir el Evangelio. Y la gran pregunta es esta: ¿nos han robado el Evangelio? ¿Se lo robamos nosotros a alguien, cuando empezamos a ser “razonables”, por la lógica humana? ¿Nos han robado la alegría de la Buena Noticia, la alegría de saber y de anunciar que somos amados por Dios en Jesucristo con un Corazón de Hombre? ¿Nos han robado la Buena Noticia y vivimos enjaulados en estructuras vacías que nos oprimen, en “ropajes pastorales y espirituales” -en rígidos ceremoniales- en recuerdos nostálgicos de formas de vida religiosa que en su día tuvieron un valor, pero que hoy solamente actúan como un yugo opresor que nos ahoga el Evangelio y la Buena Noticia? ¿Cómo vivimos? ¿Soy libre de verdad para arriesgar por el Evangelio, para amar, para comerme el miedo que pueda tener y jugármelo todo por Jesús? ¿O no tengo esa libertad, porque se van a enfadar algunos, porque me van a criticar los otros, porque no lo van a entender los de más allá?