El verdadero protagonista de este libro es el Espíritu Santo, que toca los corazones, sube a algunos en un avión hacia África a otros los mantiene en casa con un rosario e sus manos, a algunos les abre sus oídos, y a otros les pone una palabra apropiada en sus labios. Es el Espíritu el que irrumpe en la historia "como un viento impetuoso, que atrapa y atrae a las personas hacia nuevos caminos de compromiso misionero al servicio radical del Evangelio, proclamando sin pausa las verdades de la fe, aceptando como regalo el flujo vivo de la tradición y suscitando en cada uno ardientes deseos de santidad", según lo que dijo San Juan Pablo II en Pentecostés de 1998 a los movimientos eclesiales reunidos en la Plaza de San Pedro.