En el Corazón de Jesús aprendemos a confiar en Él, aprendemos a ser hijos como el Hijo, aprendemos a sabernos amados por Dios y a ser generosos. Este Corazón que tanto ha amado renueva todas las cosas. En este Corazón, Dios se une a nuestra pequeñez para hacer obras grandes. Pero los soberbios de corazón no entienden esto y a los arrogantes les despide vacíos. En el Corazón de María aprendemos a ser almas contemplativas. Ella nos enseña a contemplar serenamente todo lo que guarda el corazón, todo lo que nos pasa, y por eso se dice acertadamente que María es maestra de oración. En el Corazón de José, el Papa Francisco nos muestra el corazón de padre en el que hay que confiar y al que hay que acudir. En la expresión Ite ad Ioseph —«vayan donde José y hagan lo que él les diga»— descubrimos un apoyo seguro en las pruebas de la vida cotidiana.