Tomemos nuestro cuerpo y nuestra alma y ofrezcámoslos a Jesús para que Él, desde Su Corazón, metiéndonos en Su Corazón, nos transforme, santifique nuestro ser. Que Él escriba ahora con nuestro cuerpo y con nuestra alma el mensaje que quiere gritar al mundo: el anuncio gozoso de que somos amados, el Evangelio, la Buena Noticia de que Dios nos ama con un Corazón de Hombre. Que lo que antes fue instrumento de pecado ahora sea instrumento de evangelización, de Buena noticia. En resumen: ¿qué se nos pide? No se nos pide que perdamos nuestra personalidad, ni la esencia de lo que somos. Yo seré como soy hasta el último día de mi vida, con mi temperamento, con mi manera de ser, con mis peculiaridades… Entonces… ¿qué es lo que tengo que entregar? ¡Mi voluntad! Mi voluntad, para que de verdad Él pueda hacer conmigo lo que quiera. Esa es la esencia de la consagración al Corazón de Jesús: ¡ponerme a su entera disposición para lo que Él quieraa, sin ningún tipo de límite, condición o cortapisa.