Juan Crisóstomo (345?-407), una vez consagrado obispo, se dedicó inmediatamente a lo que mejor sabía hacer: la predicación de la palabra de Dios. El mandato de Cristo a sus apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20), había sido la principal ocupación de su trabajo sacerdotal desde los primeros momentos en dicho ministerio como miembro del presbiterio de la Iglesia en Antioquía. Al igual que otros grandes oradores de la antigüedad cristiana Orígenes o san Agustín, por ejemplo, el Crisóstomo también tuvo como suya la responsabilidad de comentar los distintos libros de la Sagrada Escritura. Las presentes homilías sobre la Carta a los hebreos, ofrecen una lección magistral sobre el sacerdocio de Cristo, el ministerio sacerdotal en la Iglesia y también respecto al sacerdocio común de todos los bautizados cristianos. El Obispo de Constantinopla es consciente de que sus explicaciones implican un eco que traspasa los muros del templo en el que realiza su predicación. Por ello el lector de estas homilías se encontrará con relativa frecuencia con que el Crisóstomo explica el sentido histórico que entrañan los textos bíblicos según el método de la escuela de Antioquía, pero de una manera profunda y práctica a la vez, intuyendo que sus homilías iban a tener lectores de todos los tiempos y lugares. Ciertamente todavía hoy se leen estas homilías con gusto y provecho. La presente traducción es la primera edición íntegra de la obra que se publica en lengua castellana.