Felipe Neri (1515-1595), fundador del Oratorio, es también reconocido como «el apóstol de Roma, más aún, como el reformador de la ciudad eterna». En palabras de Juan Pablo II, «san Felipe fue sacerdote santo, confesor infatigable, educador ingenioso y amigo de todos, y de modo especial consejero experto y delicado director de conciencias. A él recurrieron papas y cardenales, obispos y sacerdotes, príncipes y políticos, religiosos y artistas Pero su pobre habitación fue sobre todo meta de una multitud de personas humildes, marginados, jóvenes y niños que acudían a él a recibir consejo, perdón, paz, ánimo, ayuda material y espiritual».