Hemos sentido la necesidad de mirar a la cara al sufrimiento de la Iglesia actual, en sus múltiples rostros, y en él a las muchas heridas que sufre la humanidad. Pronto entendimos que no se trataba simplemente de un tema del que había que hablar, sino de una actitud que adoptar, una realidad que debe ser vivida en lugar de discutida, y no con tristeza y pesimismo, y mucho menos con una actitud de crítica negativa, sino con ese amor apasionado por la Iglesia que caracterizó a Chiara Lubich, cuyo centenario de nacimiento celebramos este año.