La diversidad nos desconcierta y nos molesta, a veces nos hiere. Sin embargo, acogida con humildad, nos hace un servicio enorme: rompe la cáscara del ego y nos abre más allá de nosotros mismos. Se trata de abrirse a pluriformidad de lo real para no caer en las polarizaciones y aprender que, en la lógica de los procesos, las inevitables tensiones pueden volverse generativas. «La polarización no es católica. Un católico no puede pensar en una cosa o la otra cosa y reducir todo a la polarización… El católico es siempre armonía de diferencias. Si miramos cómo actúa el Espíritu Santo, primero crea desorden: pensemos en la mañana de Pentecostés, en el desorden que se creó allí. Y luego crea armonía. El Espíritu Santo en la Iglesia no reduce todo a un solo valor, sino que crea armonía entre las diferencias de los opuestos… El Espíritu Santo no es una fuerza del pasado, sino Pentecostés que continúa teniendo lugar en nuestro tiempo» (Papa Francisco).