Buena parte de la humanidad vive cada vez más una noche de Dios. Poco a poco pa-rece haberse nublado e incluso cerrado ese cielo en el que generaciones enteras habían encontrado a Dios simplemente a partir de la armonía de la creación y de la misma experiencia humana. ¿Cómo explicar y cómo interpretar esta aparente ausencia de Dios? ¿Quizá este eclipse de Dios en la sociedad y en la conciencia de la gente podría te-ner algo providencial? ¿Es posible que el ascenso a Dios en su trascendencia se haya oscurecido para que descubramos de un modo nuevo y más pleno a Dios en su inma-nencia, en su haberse hecho carne aquí en la tierra? Un Dios cuya vida late ‒si le ha-cemos espacio libremente‒ en nuestras venas y en nuestras relaciones. El oscurecimiento actual de Dios es una poderosa invitación a ser icono social de Dios.