Eran otros tiempos. Y pensar en escribir libros era un lujo prohibitivo. Sí se podía pensar en escribir cartas. Largas o cortas. Así fueron saliendo unos textos, sencillos en su 'soporte', pero llenos de autoridad por sus firmas y que sirvieron para asentar la doctrina litúrgica. Buena es aún su lectura.