Una historia de aventuras y emboscadas en el corazón del desierto exigía que quien la escribiera demostrase, como ya ha ocurrido con Ébano o Tuareg, que conocía muy bien dónde se desarrollaban tales acontecimientos.
«A lomos de camellos, a lomos de caballos, saliendo de la nada, con nada entre las manos, así llegaron.
Con la fe como espada, con la verde bandera, y la limpia mirada, así llegaron.
¿De dónde habían salido?
Del lejano pasado, de la triste derrota, de la muerte y el llanto.
Y van de nuevo camino de más muerte y más llanto pues apenas son treinta y ellos son demasiados.»
De este modo, con las primeras estrofas de un viejo romance, comienza la historia novelada de uno de los mayores héroes conocidos, Abdull-Aziz Ibn Saud, quien al frente de treinta hombres se lanzó, en la primavera de 1901, a la reconquista del reino que el omnipotente imperio otomano había arrebatado a su familia.
Sus hazañas resultarían increíbles de no ser porque se encuentran documentadas, ya que algunas de sus batallas fueron de las primeras que aparecieron en los noticieros cinematográficos de la época.
El presidente Roosewelt dijo de este increíble personaje que «de todos los políticos que he conocido, incluidos Churchill o Stalin, y de todos los grandes hombres con los que he tratado a lo largo de mi vida, ninguno me ha impresionado más que Saud de Arabia».