«Compasión» es una palabra amable que resulta, a la vez, subversiva, porque la verdadera compasión lleva a transgredir los límites de la convención de cada época. La compasión de Jesús le hizo incómodo hasta llevarle a la muerte; del mismo modo, llevar con radicalidad el principio de compasión hoy también resultará incómodo a la institución, a pesar de que la institución sabe que necesita esta compasión divina y humana. La compasión que aquí se nos presenta comporta una constante conversión, a la que apela Jesús desde el comienzo de su predicación: sin conversión no hay Reino, un Reino hecho de compasión. Una conversión que es personal y a la vez colectiva, porque somos radicalmente relacionales. Una compasión que empieza en la radicalidad y urgencia del ahora, tal como lo transmitió Jesús.