La escuela no tiene que tratar solo de ser una buena escuela, ni siquiera la mejor. Debe tener el coraje de salir de sí misma y comprometerse con la construcción de un mundo mejor.
Una escuela o una familia que desea educar con sentido cristiano es, en sí, una comunidad creativa y abierta. Su fe se hace cultura, y arraiga en escenarios muy diversos. La escuela no puede tener un horizonte autorreferencial, ni tratar solo de ser una buena escuela, ni siquiera la
mejor. No puede vivir para su propia autopreservación, sino para responder con valentía a los desafíos del presente y del futuro. Debe tener el coraje de salir de sí misma y comprometerse con la construcción de un mundo mejor.
Este libro se dirige a todo aquel que, para educar, desee inspirarse en los grandes principios de convivencia que la fe cristiana ha traído a nuestra civilización.