El asombro es una conmoción interior que nos estremece, fecunda la calidad de la vida humana y abre la puerta a la veneración de la dignidad de la persona y del misterio de Dios. Volver a tener capacidad de asombro es volver a la simplicidad, al frescor de la infancia, donde no hay cálculo y todo es gratuidad y espontaneidad. Pero, ¿quién nos devolverá a ese estado de inocencia? ¿Quién curará la ceguera e insensibilidad ante las carencias y sufrimientos humanos? ¿Quién romperá las cadenas del secuestro ético, estético y religioso que padece nuestra sociedad? Para cultivar el asombro conviene recorrer la vía de la belleza.