Quien descarta de sus labios la palabra Dios, ¿no pierde un universo de sentido y de esperanza? Y siendo coherentes, ¿no debería hacer lo mismo con otras palabras sagradas como amor y libertad, piedad y justicia?
Por otra parte, quien se esfuerza por pensar la realidad de Dios sin fe es como el que intenta percibir la belleza de un paisaje cerrando los ojos. Pero la verdad humana decisiva de este esfuerzo sólo se alcanza por medio de la empatía, de la con-naturalidad y, en último término, de la fe personal.
La inteligencia del hombre y la revelación de Dios convergen en la historia de manera concreta, privilegiada y única en la humanidad del Hijo encarnado, Jesucristo. Es en esta comunión sin anulación de la autonomía humana se descubre el camino por el que Dios ha llegado al hombre y por el que el hombre puede llegar a Dios.