Hace ya sesenta años, la Iglesia asumió el reto de ser luz de los gozos y esperanzas, a la vez que serlo de las tristezas y angustias de la humanidad. Y todo en el marco del misterio de Dios. Hoy el mundo vive un cambio de época, quizá dominado por el miedo y la desesperanza, por la debilidad que supone vivir en un marco de misterio. Hacer el esfuerzo de actualizar el mensaje de esta Constitución pastoral no debería ser muy costoso, sino un placer, pero ciertamente hay que aprender a tomar distancia de la realidad para no caer en la red que nos consume.