El día anterior había sido tan egoísta como para llorar por mi propio corazón herido. Me sentí avergonzada y, al mismo tiempo, lamenté tener un motivo para sufrir por los demás y no por mí misma. ¿Cómo habíamos llegado a ese punto?
En realidad, conocía la respuesta: habíamos llegado a ese punto porque los judíos habían dejado de ser personas para convertirse en el otro, el extraño, el enemigo. Primero habíamos jugado a expulsarlos del tablero y, gracias a eso, los nazis se habían creído conderecho a expulsarlos también de sus casas, de sus negocios, de sus hogares.