El Evangelio nos invita a probar un vino nuevo, un «vino», de alegría eterna.
Es un vino que nos inicia en una vida sencilla y fraternal, pero tan extraordinaria, que apenas hay palabras para expresarlo.
Hoy, como en todas las épocas, existe una tentación para los creyentes: la de aguar el «vino» del Evangelio con formas anodinas
de pensar y hablar, uniéndonos así, a aquellos de nuestros contemporáneos que se apoyan en el triste «mostrador de un
bar» para esquivar una vida cargada de mediocridad.
El autor nos lleva a la «bodega» en la que nació la espiritualidad dominicana, para proponernos un antídoto a la «exaltación
de la mediocridad» que vivimos en nuestra época: «Embriagarse de la Palabra» y «comer un Libro» que nos traen un sabor
de felicidad.