El mejor prefacio para este libro sería sin duda su contratapa: una hoja blanca que debe permanecer así, en silencio, por defecto (como el sudario blanco del difunto) o por exceso de palabras (como la hostia blanca del Verbo). Basta que la ennegrezcamos con nuestra escritura para que no podamos evitar imponer una objeción. Quien todavía es capaz de hablar del sufrimiento puede hacerlo porque el sufrimiento no lo ha atrapado por el cuello. Quienes comentan el libro de Job suscitan siempre la
sospecha de asemejarse a los amigos de Job: ¿no intentan quizá silenciar su grito y amordazar sus disputas para reducir su sufrimiento a una explicación?
Los dos Francescos —Voltaggio y Ciglia— son perfectamente conscientes de ello y su doble meditación, lejos de suprimir el silencio y el grito, intenta completarlos hasta el punto de hacerlos resonar incluso más allá de toda lógica (Del prefacio)