Es frecuente escuchar: «Creo en Dios, pero no en la Iglesia». Muchos buscan a Cristo, pero prefieren
hacerlo solos, desde una espiritualidad íntima, sin compromisos ni pertenencias. Y, sin embargo, esa
separación es imposible a la luz del Evangelio.
Henri de Lubac nos recuerda que la fe no se sostiene aislada: nace, crece y se alimenta en un cuerpo
vivo que nos precede y nos sostiene. La Iglesia no es un obstáculo entre Dios y el hombre, sino el
lugar donde Dios mismo se entrega y nos reúne.
Este libro es una invitación a mirar a la Iglesia más allá de nuestras heridas o prejuicios, a descubrir
en ella no una estructura imperfecta, sino una Madre: la casa donde aprendemos a creer, a amar y a
ser hijos.