Marcelino Olaechea Loizaga (1889-1972) fue nombrado obispo de Pamplona en 1935 por Pío XI, tras dedicar su vida religiosa a la congregación salesiana. Su episcopado se desarrolló en un periodo de gran agitación en España, marcado por la Guerra Civil y la posguerra. Destacó por su postura crítica hacia la represión del bando sublevado, reflejada en su pastoral Ni una gota más de sangre de 1936, que buscaba la reconciliación del pueblo navarro. También promovió la ayuda a prisioneros políticos, extendiendo su labor por toda España, e intercedió en favor de figuras como Luis Álava Sautu, Manuel Hedilla, Jesús Monzón, Carmelo Monzón y de sacerdotes navarros involucrados en asuntos políticos. Además, mostró interés por los refugiados de la II Guerra Mundial y ayudó a órdenes religiosas en peligro. Su actuación pastoral incluyó la creación de nuevas congregaciones y la organización de eventos masivos de recristianización. Olaechea mantuvo una relación compleja con el régimen de Franco, apoyando la restauración monárquica y colaborando con diversas ideologías políticas. Se le debe considerar como una de las figuras más influyentes en la historia de la Iglesia en España durante su época, como documenta su fondo personal, conservado en el Archivo de la Catedral de Valencia.