Vivimos un cambio de época, como señala el papa Francisco. Las convicciones creadas por el cristianismo se han disuelto. Y se produce una paradoja. La secularización, alimentada por la incapacidad de transmitir de un modo atractivo la fe, es una oportunidad para proponer la experiencia que tuvieron los primeros discípulos. No fue un conjunto de reglas, nociones o sentimientos lo que les hizo exclamar: «No hemos visto nada igual». Fue Jesús mismo.
Por eso, la forma de testimonio debe ser adecuada al momento histórico. No sirve defender espacios seguros donde se conserve la fe, construir muros. El cristianismo se encuentra y se verifica, a través de la libertad, en un mundo plural. Sin miedo al deseo humano, compartiendo con simpatía el de muchas personas que buscan una respuesta después de derrotas ideológicas y personales.
Lo que cuenta es el nacimiento de un sujeto nuevo: una persona, un grupo de personas que experimentan cómo la presencia de Cristo responde a sus exigencias humanas y transforma la inseguridad en certeza. Son testigos de una alegría imposible. De esa experiencia habla este libro.