La educación de las jóvenes generaciones se halla en manos no solo de los padres, sino también de la escuela #el colegio, el instituto#, en estrecha cooperación con ellos; una escuela que ha de ser educadora, moralmente educativa y no solo instructora o enseñante. En ella, el maestro o maestra, los tutores, los profesores son más importantes que los recursos didácticos #por necesarios que estos sean# en la formación de los alumnos. No importa cuál sea el área o disciplina de su docencia, ellos tienen misión educadora: han de educar moralmente y, desde luego, educar en compañerismo y convivencia dentro del aula. Educar no es imponer ni adoctrinar; es extraer de las personas lo mejor de sí mismas, de su potencial. Es la tarea de todo maestro, de todo profesor, no solo del tutor o la tutora. Hay áreas donde esa tarea se halla en primerísimo plano; pero todos los ámbitos son susceptibles de un abordaje educativo y no solo instructivo. A niños y adolescentes se les educa para que no sigan siendo menores de edad, antes al contrario, para que crezcan, maduren. De ahí la paradoja de toda educación: hay que enseñar a vivir en el presente y a la vez en el futuro, tras la edad actual. No es la cuadratura del círculo, pero sí se requiere fineza para cuadrarlo.