La sociedad actual tiende a saturarnos de «acontecimientos» sensacionales que nos insensibilizan ante el único acontecimiento auténtico: el encuentro con lo real.
Por no ser anticipable, lo real irrumpe sorpresivamente, acontece alterando nuestra identidad hasta el punto de que preservarla exige asimilar lo imposible; de lo contrario, nuestra existencia encalla.
Así, cuanto más eludimos lo real, más se empobrece el propio yo. Y no vale jugar a negarlo: «No hay yo, sólo roles distintos en contextos diversos».
La psicosis desmonta las identidades construidas. Por esto la locura se revela eficaz para comprender quién es el hombre. Pero no a partir de sus éxitos y conquistas, de sus roles y máscaras, sino de su existencia varada, incapaz del encuentro personal y sensible con lo real y con el mundo.