«Si la Iglesia está haciendo un esfuerzo extra en sus centros de orientación familiar, colegios, asociaciones
juveniles, etc., para educar a los jóvenes en la visión de la afectividad y la sexualidad, es para dar respuesta a una de las carencias más graves de nuestra sociedad. La gran mayoría de los cursos de educación afectivo-sexual que se imparten en la red de enseñanza son abiertamente antinaturales, por haber asumido la ideología de género. Su meta se reduce al llamado sexo seguro, es decir, a la enseñanza de la práctica del sexo, sin riesgo aparente de embarazos ni de enfermedades de transmisión venérea. En realidad, no ofrecen una educación sexual, sino una mera enseñanza de la práctica genital. Es como si nos diesen un cursillo de
cómo conducir un coche sin enseñarnos las nociones del Código de Circulación y sin que supiésemos a dónde poder dirigirnos con él».